Al finalizar la contienda civil en 1939, el Liceo recuperó su actividad anterior. María de Ávila se presentó a las audiciones que el empresario Juan Mestres y Calvet —a cargo entonces de la gestión de dicho teatro— convocó para reorganizar su cuerpo de baile y fue seleccionada como primera bailarina. La inauguración de la temporada tuvo lugar el 9 de diciembre de 1939 a las «nueve y cuarto en punto». El programa constaba de dos partes. En la primera se estrenó la ópera Goyescas, de Enrique Granados, y en la segunda estaba previsto que actuara la «célebre compañía de Ballets Loie Fuller», aunque finalmente tuvo que ser sustituida por un concierto Homenaje a Enrique Granados9.
María de Ávila participó en esta función y junto a ella se encontraba Joan Magrinyà, partenaire con quien compartiría escenario y reconocimiento a lo largo de las nueve temporadas durante las que permaneció como primera bailarina10 en ese teatro. Hasta la temporada 1944-1945 les acompañó como «maestra de baile y academia» Amalia Monroc, una antigua alumna de la Pauleta que también había formado parte del cuerpo de baile del Teatro Real de Madrid11. Después sería el mismo Magrinyà quien se haría cargo de ello.
Conviene aclarar, no obstante, que la actividad del cuerpo de baile seguía estando ligada mayoritariamente a la temporada de ópera de invierno. Sus intervenciones en representaciones de danza al margen de la lírica fueron escasas12 y solían estar vinculadas con eventos conmemorativos extraordinarios como el concierto en honor a Francisco Franco que se organizó en el Palacio de Pedralbes en enero de 194213, la gala que tuvo lugar con motivo del noveno cincuentenario del regreso de Cristóbal Colón en abril de 194314 o el gran baile organizado para celebrar el Centenario del Liceo en enero de 194815. También participaron en temporadas de ópera de otros teatros como el de la Zarzuela de Madrid16.
A pesar del gran interés de los componentes del cuerpo de baile, en el escenario del Liceo no había muchas oportunidades extras para ver bailar en sus tablas. Es cierto que las cortas temporadas de primavera contaban con una programación de danza, pero para cubrir sus necesidades se contrataba a compañías extranjeras que viajaban anualmente a Barcelona como los Ballets de Montecarlo de Marcell Sablon, el Ballet de la Ópera de París o la Compañía del Marqués de Cuevas, entre otros. Y gracias a esas visitas anuales, María de Ávila pudo contrastar su trabajo con artistas de distinta formación a la suya y establecer contacto con ellos.
En Barcelona, la danza despertaba del letargo y la actividad pedagógica desarrollada por Joan Magrinyà tanto en su escuela privada como en el Institut del Teatre parecía dar sus frutos. Sus alumnos comenzaban a pisar los escenarios, generalmente acompañando al maestro, que se había convertido en uno de los más destacados referentes de la danza de la ciudad. Con el paso del tiempo algunas de sus pupilas, como María José Izard, llegaron a emanciparse y abrieron sus propias escuelas. Por otro lado el establecimiento de algunos artistas extranjeros, como las hermanas Alexander o el bailarín Paul Goubé, también contribuyó a activar el movimiento dancístico en la ciudad.
El resultado de estas nuevas iniciativas no tardó mucho tiempo en madurar y comenzaron a celebrarse recitales de danza en distintos recintos teatrales, que podían entenderse como espectáculos complementarios a la actividad coreográfica del Liceo. Solían organizarse en torno a una pareja17 o un pequeño grupo de bailarines18 y apenas se ponían en escena en una o dos ocasiones, pero ofrecieron la posibilidad de actuar en escenarios distintos al Liceo tanto a artistas ya consagrados como a una nueva generación de bailarines.
Para artistas como Joan Magrinyà y María de Ávila estas actuaciones concedían una mayor creatividad. Solían tener un escaso número de participantes. La programación no estaba supeditada a la ópera y tenía una mayor amplitud estilística que en las actuaciones del Liceo por lo que les otorgaba más libertad artística. La mayor parte de los programas incorporaban coreografías tradicionales de danza académica y española. Las obras de danza clásica tendían a ser de corta duración: Las sílfides, Carnaval o El carillón mágico, variaciones extraídas de ballets como el segundo acto de El lago de los cisnes o pequeñas obras procedentes de los repertorios de las distintas compañías que iban visitando el escenario del Liceo, como Cake Walk, Petrouschka, La muerte del cisne o El espectro de la rosa. Entre las de estilo español, se incluían piezas procedentes del repertorio heredado de los bailarines boleros o del folclore tradicional (Olé de la Curra, Bolero, Malagueñas, Seguidillas manchegas...) y también se pusieron en escena piezas como el Dúo del paraguas, En la pradera o Zarabanda lejana, creadas por su compañero.
9 Programa de la ópera Goyescas, 09-12-1939. Arxiu Històric de la Societat del G. T. del Liceu / UAB; «Gran Teatro del Liceo. Con el estreno de la ópera Goyescas, se inauguró brillantemente la temporada». La Vanguardia, 10-12-1936. Volver al texto