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Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas:
la utopía que se hizo realidad

Por Rosa Alvares


“Si sientes que lo que estás haciendo es verdaderamente importante, quedará siempre como algo importante, con independencia del éxito”, declaró en una ocasión la coreógrafa alemana Pina Bausch. Una afirmación llena de lucidez que bien podría aplicarse al Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas. Ha pasado mucho tiempo, nada más y nada menos que 26 años, desde su clausura como unidad de producción dependiente del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM). Con el derribo de la antigua sala Olimpia, la que fuera su sede (lugar donde hoy se alza el Teatro Valle-Inclán), ni siquiera queda el espacio físico que ocupó. Sin embargo, parece que ha llegado el momento de recordarlo, con sus logros y sus fracasos, y descubrir o reencontrarse con una iniciativa cultural que ha desempeñado un papel relevante en la escena contemporánea española del último tercio del siglo XX. No importa que la experiencia no fuera suficientemente valorada por la propia Administración, los medios de comunicación e incluso, por el público: el Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas era una aventura necesaria para que la sociedad se conociera mejor a través del teatro, llamémoslo “menos convencional”. Con independencia del éxito, como apuntaba la cita de Pina Bausch. Porque en la sala Olimpia era posible encontrar un teatro muy diferente de aquel que ofrecía la cartelera de aquellos momentos; un teatro interesado en conectar con un público igualmente distinto. Pocas veces una iniciativa de carácter público había apostado de manera tan abierta por la escena más arriesgada y menos comercial, por una escena empeñada en experimentar nuevos lenguajes dramáticos. Porque los objetivos del Centro siempre fueron claros: investigación de diversas líneas estéticas que configurasen un auténtico teatro con identidad nacional; consolidación de una dramaturgia propia, lo suficientemente representativa como para hablar de “modernidad” en el teatro español; apoyo a la creación de los jóvenes dramaturgos; descentralización de los espectáculos; incorporación de nuevos espectadores al hecho dramático, como antes he apuntado; ampliación del criterio de “teatro” como “servicio público”, así como la apuesta por exhibir las coproducciones españolas contemporáneas en mercados exteriores.

A lo largo de sus diez años de existencia (recordemos que su clausura se produjo en el año 1994), el Centro de Nuevas Tendencias Escénicas se mantuvo fiel a esas propuestas iniciales, si bien fue adaptándolas a las circunstancias específicas de cada nueva temporada y enriqueciéndolas con las aportaciones de todos los profesionales que participaron en el proyecto, dirigido durante toda su andadura por Guillermo Heras. Digamos que su nombramiento como director de esta unidad de producción suscitó cierta polémica desde el principio. Procedente del llamado Teatro Independiente, como miembro del legendario grupo Tábano, donde había ejercido funciones artísticas y de gestión, y conocedor de las tendencias dramáticas más arriesgadas que se estaban produciendo en el resto de Europa, Heras apostó decididamente por un proyecto de puertas abiertas, donde tuvieran cabida las propuestas más dispares que pudieran contemplarse; un proyecto en el que creadores y espectadores pudieran encontrar textos, puestas en escena, géneros e información que, hasta entonces, parecían inaccesibles. De alguna manera, un sector importante de la profesión y de la crítica teatral pudo pensar que el Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas retomaría las viejas tesis del “espíritu independiente”, que –por decirlo de otra forma– el Centro se convertiría en la utopía de aquella escena defendida por Goliardos, Bululú, Tábano y tantas y tantas compañías que en los últimos años del franquismo hicieron del hecho dramático un modo de reivindicación y denuncia social.

Ahora bien, la realidad demostró muy pronto que ese no era el papel que Heras quería otorgar a su proyecto. Los tiempos habían cambiado. En 1984, a juicio de Guillermo Heras, había que apostar por hacer del teatro un servicio público para los ciudadanos, sin afán mercantilista, tal como habían mantenido los grupos independientes; sin embargo, el Centro de Nuevas Tendencias Escénicas era una unidad de producción auspiciada por el Ministerio de Cultura y con presupuestos a su cargo, lo que hacía necesario abrirse a colectivos más amplios y no únicamente a quienes protagonizaron aquel movimiento teatral. Una decisión que no fue demasiado bien recibida por los propios profesionales, que comenzaron a ver las “Nuevas Tendencias” defendidas por Guillermo Heras como un “invento” del dirigismo estatal.

La colaboración del Ministerio de Cultura, a cuyo frente estaba en aquellos momentos Javier Solana, fue innegable. Al fin y al cabo, la idea de crear un centro dedicado a la escena más arriesgada había surgido del propio director general de la Música y el Teatro, José Manuel Garrido, quien confió el diseño y la dirección a Guillermo Heras. Como el propio Heras ha manifestado, siempre disfrutó de máxima libertad para llevar a cabo su proyecto. El Centro pudo así acometer su trabajo sin ningún tipo de presión institucional y desarrollar una tarea mucho menos “oficialista” de lo que en un principio pudiera esperarse. Su carácter público le permitió, de este modo, programar montajes adscritos a esas “nuevas tendencias” que no tenían que competir en el mercado.